"Qué difícil resulta intentar el comentario y qué poco podemos añadir a cuanto se ha escrito sobre “Dafnis y Cloe” de
Maurice Ravel!
Sin pretender descubrir nada nuevo, pero tratando de destacar alguna de sus peculiaridades podríamos enfocar nuestro objetivo sobre el parámetro instrumental, que no dudamos en calificar de maravilloso, con toda la gama de sinónimos tan en uso y “abuso”, adjetivación que, en este caso, está fuera del campo de lo hiperbólico.
Confluyen en Ravel dos condiciones que hacen posible este “milagro musical”. De una parte, la actitud del propio compositor: “Nunca doy por terminada una obra hasta convencerme de que no queda en ella nada que no pueda mejorar…Aquel que pertenezca fiel a lo que se denomina “espontaneidad”, tan sólo balbucea. En realidad, los artistas rara vez ejercen un control riguroso de si mismos”. Pero esta disposición hacia la perfección, este dejar todos los cabos bien atados, quedaría en la esfera de los buenos propósitos si Ravel no estuviera en posesión de una imaginación instrumental formidable, de una visión o “previsión” de la paleta sonora fuera de serie, de una “precognición” de lo que se propone y pretende que le permiten realizar la elección de instrumentos y timbres –esos y no otros- con un criterio infalible, indefectible.
Esto da como resultado “un portento de precisión y nitidez. Pues él no deja nada al azar benévolo de una relación hipotética de dos timbres puestos en contacto…Todo en su escritura es consciente, organizado e inteligente, lo que no disminuye para nada la flexibilidad y la espontaneidad, y se maravilla uno de ver los efectos más originales dosificados y calibrados con una ciencia indiscutible. Nosotros no sabemos –termina E. Vuiillermoz- que, sobre todo, después de “Dafnis y Cloe”, Ravel es un mago nacido para moverse en la fantasía y en la hechicería. El sabe lo desconocido, pesa lo imponderable y juega con los átomos y con los iones. Crea colores y perfumes. Es pintor, orfebre y joyero...”A la base de esta maestría integral está el conocimiento adecuado y profundo de todos los recursos. Para Jean Marnold, “este dominio constituye una marca de seriedad artística; y el saber servirse de él tan eficazmente nos revela con evidencia un instinto genial”. Ravel consideró a “Dafnis y Cloe” como una “
sinfonía coreográfica” en tres partes. En 1909,
Diaghilev le propuso la composición de un ballet sobre un tema elaborado por el corógrafo Kokine, inspirado en la obra de
Longo Sofista, titulada “
Los amores pastorales de Dafnis y Cloe”. La obra, después de diversas vicisitudes, se estrenó en París el 8 de junio de 1912, en el Teatro de Chatelet. “Mi intención al escribirla –nos dice el propio Ravel- fue la de componer un vasto fresco musical, menos preocupado del arcaísmo que de ser fiel a la Grecia de mis sueños, que se asemeja con bastante aproximación a la imaginada y pintada por los artistas franceses de finales del siglo XVIII”.
La partitura se divide en tres secciones que se suceden sin interrupción, de las que Ravel realizó dos “suites” sinfónicas; la segunda de ellas corresponde al tercer cuadro. Y está integrada por tres episodios que se desarrollan en el Bosque Sagrado.
El primero, Amanecer, evoca el despertar de Dafnis al alba. Es una página sinfónica de una belleza sencillamente estupenda. En la Pantomima, segundo episodio, Dafnis y Cloe reviven los amores de Pan y de la ninfa Syrinx y celebran sus esponsales. Cierra la suite la Danza general, en la que se describe la gran bacanal que también pone fin al entero ballet. Aquí el ritmo, una especie de temblor subterráneo, vibrante, irresistible, conduce al discurso hacia y en una progresión sonora deslumbradora, ¡qué fascinantes las pinceladas corales!, en un prodigioso y amplio, “crescendo”, que culmina en el “fortísimo” final.
Serge Lifar la calificó como “obra genial, tanto desde el punto de vista de la música como del ballet”; y para A. Machabey, “esta partitura raveliana abre significativamente la era de los ballets escritos en el más puro estilo sinfónico. La sinfonía coreográfica de Ravel marca un hito en la concepción musical de la coreografía”.
Escuchemos, a continuación, la Danza religiosa de Dafnis y Cloe. 2ª Suite, de Maurice Ravel