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Revista de Ópera y Música Clásica

Johannes Brahms: Concierto para piano y orquesta nº 1 en re menor Op. 15

Fecha de publicación: 19 de agosto de 2009

HEMEROTECA DE MÚSICA CLÁSICA. "Mi concierto ha sufrido aquí un brillante fracaso…, al final doce pares de manos se juntaron para aplaudir, pero los silbidos que salían de todas partes ahogaron tal demostración. La derrota no me ha causado impresión, y mi mal humor se desvaneció escuchando una sinfonía de Haydn y un Beethoven. Creo que el concierto encontrará mejor acogida cuando haya mejorado su forma”. Johannes Brahms

Paul-Gustve Fischer: Jornada otoñal en Lodge Mansonic, Copenhagen (1923)


música clásicaHEMEROTECA DE MÚSICA CLÁSICA DE CLASICA2

Programas de Mano de la Hemeroteca de Música Clásica de Clasica2 presenta hoy el Concierto para piano y orquesta nº 1 en re menor Op. 15 de Johannes Brahms con motivo del concierto ofrecido por la Orquesta Sinfónica de RTVE el 25 de enero de 1990.
 
Revista de música clásica y óperaNOTAS AL PROGRAMA DE MANO. BRAHMS CONCIERTO PIANO 1
 
Se cita con frecuencia –sin necesidad de leerlo- el artículo que, con el título de “Nuevos caminos”, publicó Schumann en su revista musical, el 28 de octubre de 1853. Gracias a ese escrito del generoso y entusiasta Schumann, el nombre del joven Brahms saltó de un golpe a la línea de los compositores conocidos. Es cierto que también le proporcionó algunos enemigos, pero eso resulta lógico tratándose de alguien que empieza a pisar fuerte. 
 
Schumann no hablaba sólo en esa ocasión de Brahms como creador, sino como pianista, y sus palabras pueden esclarecer uno de los sentidos de la música brahmsiana, en aquel tiempo y en los posteriores: “Emanan de su persona todas las señales que nos anuncian: ¡He aquí un elegido! Cuando se sentó al piano comenzó a descubrirnos regiones maravillosas; fuimos atraídos a un círculo mágico. Añadid a esto una manera de tocar sencillamente genial, que hace del piano una orquesta de voces, ya melancólicas, ya exultantes de alegría”.
 
Ese “piano sinfónico, que advertía Schumann, es real y verdadero. Su carácter no sólo marca la producción puramente pianística de Brahms, sino también la manera en que establece el diálogo del piano con la orquesta. Se encontró Schumann entonces con una obra ya hecha, no muy nutrida, y con gran clarividencia señaló las posibilidades futuras de su protegido. Por ello, le aconsejó que trabajase la gran forma sinfónica. Brahms cuya labor estuvo siempre bajo el signo de una rara desconfianza –nadie ha consultado tanto ni pedido tantas opiniones- se había de resistir a ello. Como es sabido, pasaron más de veinte años hasta la presentación de la “Primera sinfonía”.
 
Aunque conoció el valor de su propio genio, el músico parecía llevar en el fondo de su alma el convencimiento de lo que, con tanta gracia, dijo el escultor catalán Manolo Hugué –biografiado por Josep Plá- en los años treinta de nuestro siglo: “En arte está todo hecho, dicho y admirablemente establecido. La gran dificultad consiste en seguir y continuar. Prescindo, bien entendido, de todos los cambios en los elementos accesorios…Ante lo esencial, no hay nada que mover, todo está a punto, y lo difícil, lo trágico, está en conseguir llevar una candela de cinco céntimos a la cola de la procesión de los grandes artistas que ha producido la Humanidad”. 
 
Con la duda en el alma, Brahms se aventuró a escribir una sinfonía, de la que llegó a orquestar el primer movimiento. El compositor no se sentía preparado para abordar el gran sinfonismo, y así redujo la obra al ámbito de una sonata para dos pianos. En el diario de Clara Schumann se encuentran referencias: “He leído con Brahms tres tiempos de su nueva sonata para dos pianos. Me han parecido vigorosos, originales, nobles y claros. Los hemos tocado dos veces, y el domingo los tocaré con Dietrich, de modo que Brahms pueda escuchar desde lejos”.
 
Pero Brahms, de cerca o de lejos, seguía desconfiando de su música, como de su propia persona. Ahí está el secreto, quizá, de su actitud ante las mujeres: el amor ideal, por una parte, y, por otra, la necesidad cotidiana. Cuanto más grande son los grandes, más grandes les hacen sus debilidades. Julius Otto Grimm, que le había dado siempre buenos consejos, fue quien tuvo la idea de transformar aquella música en un concierto, donde se pudiesen combinar las posibilidades pianísticas con las sinfónicas. Sólo utilizó Brahms los dos primeros movimientos de la sonata, y compuso un nuevo rondó para rubricar la obra en su forma definitiva. Algún material del primitivo tercer tiempo fue incluido en el “Réquiem Alemán”. Hasta la primavera de 1858 no quedó la obra lista para salvar la dura autocrítica. Se estrenó en el Teatro Real de Hannover el 22 de enero de 1859, con el autor ante el teclado y Joachim, el gran violinista, con la batuta. Cinco días más tarde se interpretaba en la Gewandhaus de Leipzig, también con la participación de Brahms y dirigida por Julius Rietz. Al día siguiente, el artista escribía: “Mi concierto ha sufrido aquí un brillante fracaso…, al final doce pares de manos se juntaron para aplaudir, pero los silbidos que salían de todas partes ahogaron tal demostración. La derrota no me ha causado impresión, y mi mal humor se desvaneció escuchando una sinfonía de Haydn y un Beethoven. Creo que el concierto encontrará mejor acogida cuando haya mejorado su forma”. 
 
El público tardó en aceptar la obra y, aún en nuestros días, a pesar de su extraordinaria belleza, este concierto queda oscurecido por el segundo de una manera injusta. La reacción de los oyentes de la época no nos puede extrañar. Acostumbrados a un piano protagonista y virtuoso, este de Brahms, que se compenetra con el conjunto de una manera profunda, tenía que chocar. En cuanto a la esencia de la música, excedía en densidad a lo corriente. Brahms daba entonces uno de sus pasos adelante, pese a los que le consideraban un retrógrado por comparación con la línea de Liszt y Wagner. Es cierto que el músico miraba al pasado y que, en sus últimos tiempos, veía próximo el fin del arte sonoro. Pero avanzó siempre. Desde el difícil comienzo, la tensión es enorme. El piano espera a una larga introducción para incorporarse. Lejos de toda intención de brillo superficial, parece pedir permiso para comenzar su rico juego tímbrico. El segundo movimiento es una meditación que lleva en el manuscrito las palabras: “Benedictus qui venit in nomine Domini”. Se ha dicho que aquí hay un recuerdo melancólico al desaparecido Schumann. El rondó, como he dicho, está pensado para esta obra, y ésa es probablemente la causa de que aumente, en su transcurso, el papel protagonista del piano. Brahms, en algún momento, rinde homenaje a la vieja maestría del contrapunto.

Audición de música clásicaAUDICIÓN DE MÚSICA CLÁSICA BRAHMS CONCIERTO PIANO 1

Escuchemos a continuación el II. Movimiento Adagio del Concierto para piano y orquesta nº 1 en re menor Op. 15 de Johannes Brahms

Brahms: Concierto para piano y orquesta nº 1 en re menor Op. 15. II. Adagio.

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